
Ahora que parece que se está negociando un primer acuerdo de paz entre Ucrania y Rusia que, ojalá, lleve al fin de esta contienda absurda y que ha costado cientos de vidas de manera inútil porque va a acabar exactamente en el punto en que todos sabíamos que lo haría (todos los que aún tenemos más de media neurona que resiste a la cantinela de los mantras oficiales planos y falsos), es decir, con millones de vidas truncadas y un puñado de gente habiendo ganado mucho dinero, ahora es quizá el momento de analizar una de esas muertes de la guerra de Ucrania: la muerte de Europa.
Porque a escasas horas de que se iniciara el conflicto bélico ya vimos señales de que la idea que algunos teníamos de Europa, aunque muy maltrecha ya, había sido directamente aniquilada.
Los políticos mejores pagados del mundo, la casta dorada de la burocracia de Bruselas, que ha fracasado de manera escandalosa en su labor de evitar la guerra a través de la diplomacia, se cargó en las primeras horas de la invasión, la libertad de prensa y la libertad de expresión.
Hemos asistido al bochornoso espectáculo de la eliminación de la retirada de canales de televisión y del señalamiento público de periodistas de intachable carrera profesional y compromiso con la rigurosidad, como si fueran parias. También vimos como otros informadores y opinológos de mucho menos talento, rápidamente renegaban de sus trabajos y se apuntaban al mensaje oficial de la rusofobia, con la esperanza de encontrar mejores contratos freelance en el bando de los que marcan el discurso oficial, carente de pensamiento crítico o del más mínimo análisis del momento tan delicado que estamos viviendo.
Éstos se han dedicado a sembrar ideas absolutamente peregrinas en la inmensa mayoría de la población a través de mensajes absurdos e información descaradamente manipulada. Utilizando los medios subvencionados de comunicación se instauraba de manera machacona la idea, por ejemplo, de que mientras la OTAN y la Unión Europea echaban en culo fuera y decían claramente que no iban a poner un pie en Ucrania (y menos mal), estaba estupendo mandar armas para convertir a la población civil en milicia y así hacerlos, directamente, objetivo militar, fuera de cualquier protección de las leyes de la guerra de los Convenios de Ginebra.
Los medios “autorizados” se han masturbado divulgando la romantización de la guerra con palabras como “resistencia” o “héroes”, en lugar de explicar que la gente estaba muriendo porque se había abocado a la población civil a un enfrentamiento suicida directo con un ejército, el ruso, a todas luces invencible para las fuerzas militares ucranianas.
En este punto quiero señalar específicamente la actitud escandalosa de algunos independentistas en Catalunya. Ellos y ellas se han pasado estas últimas semanas queriendo hacer una especie de paralelismo casi pornográfico entre el “procés” y la ocupación de Ucrania por Rusia. “Defensa numantina” he tenido que escuchar al referirse éstos del lacito amarillo a la obligación, según ellos, de los ucranianos y ucranianas de “resistir” y morir bajo las bombas y las balas por su patria. Ellos y ellas que llevan chilloteando cinco años porque el 1 de octubre de 2017 la policía les dio tres porrazos mal dados. Esos que huyeron en maleteros de coches para no “resistir” ante un juez. Esos burguesetes venidos a menos y con mala retórica le hablan de guerra a Ucrania desde su sillón en Sarrià. Insoportablemente repugnante.
Superado el paréntesis catalán, quiero seguir con la serie de despropósitos de estas últimas semanas que viene a certificar la muerte cerebral de cualquier idea de Europa que tenga que ver con la libertad o el progreso, que se supone que era lo que nos diferenciaba del resto.
La cultura de la cancelación (cultura woke) ya llevaba tiempo campando a placer entre nosotros, los semidioses europeos, pero ha llegado a su clímax de estupidez supina cuando hemos visto como deportistas eran expulsados de competiciones, artistas veían sus obras canceladas o incluso compositores clásicos de hace varios siglos eran desterrados de los grandes teatros sólo porque eran rusos. Ninguno de éstos que han corrido ha ponerse la banderita ucraniana como foto de perfil en sus redes sociales ha sabido explicarme cuantas personas menos iban a morir si yo quemaba un libro de Tolstoi. Todos los “comunicadores” famosetes han callado de manera cómplice ante estos viles atropellos.
Pero lo importante no es lo llamativo de la cancelación, sino el germen del fascismo más abyecto que esa actitud esconde. En el momento que cancelas a alguien automáticamente se señala como persona agredible. Un desecho social al que hay que eliminar. El ejemplo palpable lo ha dado Facebook, que no permite el más mínimo comentario fuera de tono, pero donde desde hace aproximadamente una semana se pueden publicar mensajes de odio y de violencia explicita contra Rusia, Bielorrusia y toda su población, sin peligro alguno a que te cierren la cuenta. Ningún político ha dicho ni media palabra para condenar tal atropello.
Las feministas sabemos muy bien de qué va esto del de permitir el escarnio público y de la cancelación. “TERF” es un concepto con el que se señala a mujeres que hay que matar. Es el renovado “feminazi”. El otro día un cartel que decía “Kill the TERFS” era portada en un importante diario asturiano, como imagen representativa de las manifestaciones del 8M. ¿Se imaginan qué pasaría si una mujer en una manifestación del día del Orgullo Gay sacara un cartel que pusiera “Matar Maricones”? Pues contra las mujeres sí se permite porque estamos señaladas como aquellas a alas que se puede agredir y hacer desaparecer.
También el proto fascismo actual que descendiente de la posmodernidad descerebrada se ensaña con las mujeres en la cultura de la cancelación, igual que sea ha ensañado ahora con los rusos y rusas. Hace pocas horas, Juana Gallego, reconocida periodista y profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha sufrido un boicot por parte de sus alumnas por negarse a obviar la realidad material y querer defender la ciencia en lugar de las creencias sectarias de la teoría “Queer”. Tenemos noticia de que la universidad se ha puesto de parte del sectarismo, de nuevo, con lo cual para la institución educativa entendemos que la profesora Juana Gallego, que en repetidas veces fue llamada feminazi y “Terf”, es digna de ser cancelada. Como los rusos y rusas. Por eso “Ruso” es el nuevo feminazi.