
Los nombres que dan título a esta columna son los nombres ficticios de trece mujeres reales que se despiden del mundo desde Herat, ciudad afgana, a través de una nota en las redes sociales, publicada justo antes de que los talibanes las conviertan en menos que nada.
Estas trece mujeres y todas las demás afganas sin excepción, a partir de ya, han quedado reducidas a meros objetos de uso y abuso por parte de esos psicópatas religiosos misóginos. Las niñas han sido sacadas de las escuelas, tienen prohibido incluso aprender a leer y escribir. Las de más de doce años han sido convertidas en esclavas sexuales y luego repartidas entre los “milicianos” talibanes como botín de guerra.
Todas han desaparecido debajo de los burkas. Anuladas. Aniquiladas en vida, mientras la comunidad internacional, y especialmente, Estados Unidos que, de nuevo, deja un cagadero por allá por donde pasa, miran impasibles el drama de millones de seres humanos, de mujeres.
Estados Unidos es el culpable único y absoluto de la situación de Afganistán. Lleva mangoneando allí desde los años 70, cuando empezó a financiar a los talibanes para desestabilizar la influencia de la Unión Soviética en la zona. Allí encontró un aliado estupendo para jorobar a los comunistas, pero que luego le salió muy rana. ¿No se si les suena un tal Bin Laden? Pues ese, el mismo.
Cuando su colega el saudí dejó de hacer caso a los americanos y prefirió liarla parda con los talibanes, montando el cataclismo planetario del 11-S, los gringos decidieron volver de nuevo a ocupar Afganistán, territorio que habían dejado completamente a su suerte al ver que no lo podían manejar y que, al fin y al cabo, la URSS ya había caído.
Hace veinte años de eso. Veinte años en los que toda la comunidad internacional ha gastado una cantidad ingente de recursos económicos y humanos, para, supuestamente, apuntalar y occidentalizar un país, que ha caído en diez días. Veinte años, cientos de militares y civiles muertos, cientos de atentados, un montón de dinero, y nadie sabe para qué.
Bueno, deben saberlo los americanos, igual que son los únicos que deben saber por qué han decidido largarse, pies para que os quiero, y dejar a aquella gente en manos de sus propios verdugos, que de nuevo, ellos han creado día tras día. Obviamente los talibanes son y siempre fueron abominables, pero no me cuesta nada imaginar lo fácil que ha sido para ellos mantener ese caldo de cultivo de “país ocupado” entre la gente, que debe haber tenido muchísimo que ver en que haya caído de un plumazo en horas, todo lo que los extranjeros habían construido allí.
Así que lo de Afganistán es otra medallita al fracaso de la política militar de Estados Unidos, de la que sobre todo los presidentes demócratas hacen gala. No deja de ser cínico que el abuelete Biden se lavara las manos en Afganistán, a la vez que Obama celebraba su súper fiesta de sesenta cumple, toda glamourosa, mientras aún huele la mierda que dejó en Oriente Próximo, tras la chapuza orquestada (o por lo menos bendecida) de la “Primavera Árabe". Operación por la que se ganó un merecidísimo Nobel de la Paz. Por eso y por no haber cerrado Guantánamo.
Al mismo tiempo, y para no perder la mala costumbre, el resto de países de la comunidad internacional hacen lo que dice el jefe y, ensimismados, uno tras otro sale también de Afganistán, dejando tras de sí muchas veces compañeros y compañeras muertas, y un montón de esfuerzo y supongo que hasta frustración.
De todas maneras, es muy mala idea dejar un país en manos de terroristas cuyo único objetivo es la destrucción de la civilización occidental. Esto lo vamos a pagar todos y todas, en breve.
Pero de momento las que ya lo están empezando a pagar son las mujeres y las niñas afganas, a las que no va a salvar absolutamente nadie. ¿Por qué la comunidad internacional deja abandonadas una condena que significa a una vuelta peor que a la Edad Media a millones de seres humanas, después de veinte años de intervención militar y política directa?
Pues sencillamente porque las mujeres no le importan a nadie. Las niñas menos aún. Ni allí, ni ni en ningún sitio.
Por ejemplo, me pregunto, ante esta situación insoportable en la que la religión es la excusa para masacrar todas las mujeres de un país, qué opinaran los iluminados e iluminadas de por aquí que, por ejemplo, defienden el velo islámico como algo “empoderante que hay que respetar”. Algo cultural que tenemos que aceptar. Incluso alguna alienada habla de feminismo islámico, normalmente sin ser feminista y sin ser musulmana, ni tener ni la mínima idea de la situación de las mujeres musulmanas.
Yo cada vez que veo un velo por la calle en la “Europa Civilizada” (y en cualquier sitio, la verdad), sinceramente, es como si me dieran tres puñetazos en el estómago. Me siento ofendida como mujer y como humana. No hay diferencia entre el velo (Hiyab), el burka o una cadena de 50 kilos atada al tobillo. O los latigazos que se les dan a las mujeres que no los quieren llevar. Y todo eso se impone en base a la “religión y la cultura”. Es lo mismo que deben decirle los talibanes a cada una de las niñas que sacan de las escuelas, a cada mujer que violan por no llevar el burka o a cada una que hacen desaparecer. Que lo hacen porque obedecen los mandatos divinos y culturales.
Me pregunto, por ejemplo también, qué opina de lo que pasa con las afganas el exconseller de educación de la Generalitat de Catalunya, Josep Bargalló (Esquerra Republicana), que nos metió en las escuelas públicas catalanas la religión islámica, en lugar de empezar a quitarlas todas. ¿Debe avalar el nuevo conseller Josep González-Cambray, que expliquen y asienten desde la educación infantil, que las mujeres son menos que los hombres, que la igualdad no existe y que debemos obedecer y taparnos, porque así lo dice dios?
Ellos también son unos talibanes en su ámbito. Y a más de uno, si pudiera, también le encantaría vernos desaparecer debajo de un burka. Pero como no pueden, de momento, nos desaparecen de las leyes, ellos en pro de los mandantos divinos de la diosa diversidad. Pero eso hoy no toca.
Hoy toca exigir a la comunidad internacional que deje de dar vergüenza ajena y que no abandone a su suerte a millones de mujeres y niñas cuyo futuro es absolutamente nefasto. Unas cuantas lo vamos a pedir mañana 17 de agosto a las 20.30h en la sede de la ONU en Barcelona (Vía Laietana, 51). Sara, Amina, Roya, Marján, Elham, Tamana, Begum, Sahar, Safia, Hava, Angela, Khatera y Fátima no van a poder venir. Vente tú mientras puedas.