
Los posmodernos, esos que creen que lo inventan todo nuevo cada semana pero que en realidad solo hacen versiones cada vez peores de la misma cosa, lo llaman “cultura woke”, y los pobres ilusos creen que ellos la han inventado.
Sin embargo, aquello de dejarte de lado, arruinarte la carrera, aplicarte la “ley del hielo” porque no le caes bien a quien hay que caerle bien, porque no eres políticamente correcta o no guardas las “formas” que se esperan de una señorita es algo que viene pasando de siempre. Sólo que siempre lo hemos conocido con la expresión de “caer en desgracia”.
En castellano se ha elegido el verbo “cancelar” para resumir en términos del s. XXI aquello de “vale más caer en gracia que ser gracioso”, y la malograda Sinéad O’Connor pronto dejó de caerle en gracia a todo el mundo.
Una mujer talentosa y bellísima, que a sus atributos añadió algo que siempre ha estado muy mal visto, que es estar comprometida y ser coherente con las injusticias propias y ajenas.
Como todo el mundo sabe, O’Connor quedó automáticamente “cancelada”, cuando ni siquiera aún existía el término para nombrarlo, exactamente el día 2 de octubre de 1992, cuando a la cantante le pareció una excelente idea romper en el escenario, en vivo y en directo, frente a millones de espectadores, una foto del papa Juan Pablo II para denunciar los casos de abuso sexual y pederastia en la Iglesia Católica.
Realmente era una idea excelente y excelentemente ejecutada, ya que lo hizo como se hacen las grandes cosas, sin desvelarlo a nadie y por sorpresa, para asegurar el éxito de su acción. Y tuvo éxito porque vaya que sí llamó la atención.
Sin embargo, el fallo fue que, en lugar de que la gente se escandalizara por el hecho denunciado, por el que luego el tiempo bien que le ha dado la razón, para no afrontarlo, verlo, creerlo y verse en la obligación humana y moral de hacer algo al respecto, la muchedumbre prefirió centrarse en la mensajera y castigarla por la osadía de haberles puesto frente al espejo. Hasta Madonna la criticó, ¡ella! que tres años ante se había marcado un videoclip enrollándose con un cura negro en el altar de una iglesia al ritmo de gospel. Pero claro, Madonna vendía morbo y O’Connor tenía un mensaje crítico.
Exactamente igual que en el mito de la caverna de Platón, donde quien se libra de las cadenas y sale del agujero y vuelve para sacar a sus congéneres de la oscuridad es destrozado por estos, para no asumir la realidad y verse expulsados de su zona de confort.
Le destrozaron prematuramente su brillante carrera, la dejaron sola, le hicieron creer que estaba loca. La convirtieron en una paria social. La cancelaron.
El resto sobre la cantante hasta que el pasado martes puso fin a su vida ya es historia.
Pero podemos afirmar sin ninguna duda que Sinéad O’Connor, la mujer irlandesa, profundamente católica, que sólo quería mejorar aquello que para ella era importante que era la iglesia a la que pertenecía, es uno de los antecedentes más claros de primer caso de aplicación de la “cultura woke” en los tiempos modernos.

Hoy se cancela a personas cada día por docenas. Se cancela a personas que alzan la voz contra aquello que les rodea y que consideran insoportable para la humanidad, pero que el resto de la humanidad prefiere seguir obviando simplemente para poder seguir no haciendo nada al respecto.
Lo único que ha cambiado son los púlpitos desde los que se exige la condena al ostracismo en plaza pública de quien no comulga con la corriente de anti pensamiento imperante. Contra quien no traga con la última moda o lo que se considera rentable.
Sin ir más lejos, esta semana hemos vivido el último caso de petición pública de muerte social de una mujer, de una feminista. Porque las mujeres en general y las feministas en particular somos, fuimos y seremos siempre el blanco preferido de los “canceladores”, se le llame como se le llame a la acción de la tentativa de asesinato civil que esas prácticas representan.
El ejemplo que citaba nos lo ha traído la elección como pregonera de las fiestas de La Mercè de Barcelona de la escritora Najat El Hachmi. ¿Su delito? Ser una mora sin velo, crítica con el islam, una mujer comprometida con las demás mujeres y, sobretodo, que no acepta que ser una mujer sea exactamente lo que diga un hombre que es.
Desde punto y hora que se conoció su elección, los vividores de las estructuras LTGTBI+++++ de la ciudad condal han exigido que se revoque dicha decisión porque les ofende la existencia de esta mujer y lo que representa. Fanáticos todos, que no me extrañaría nada que acaben organizando una quema de sus libros en señal de protesta el día del pregón, como ya llevan tiempo quemando libros de Amelia Valcárcel, Alicia Miyares y muchas otras. Lo veremos.
Por lo demás, sólo me queda desear profundamente que a la buena de Sinéad la diosa la tenga en su gloria, no porque yo crea que existe una diosa, sino porque ella sí se pasó toda su vida buscándola, y eso es lo importante. Espero que por fin la haya encontrado.