Opinión

¿SON NUESTROS HIJOS?

Opinión de Núria González para eltaquigrafo.com
photo_camera Opinión de Núria González para eltaquigrafo.com

Durante toda esta semana hemos asistido a un auténtico esperpento judicial. En un juzgado de Torrejón de Ardoz, durante cuatro días, se ha celebrado un juicio para ver quien se quedaba con los cuatro niños adquiridos mediante vientres de alquiler por la expareja formada por Miguel Bosé y Nacho Palau. ¿De quién son esos niños?

Para poner a la audiencia en antecedentes, les resumo la situación. Miguel y Nacho querían ser padres. Pero no de cualquier niño, sino de unos niños nuevecitos y a estrenar, porque eso de adoptar niños que ya están como usados, no entraba en sus planes. Padres sí, pero no de cualquiera. Y donde hay pasta, la desigualdad y la miseria del resto permiten cualquier cosa al adinerado.

Obviamente, la madre naturaleza no permite, que dos hombres tengan hijos sin la fastidiosa intervención de una mujer. Para solventar tan insignificante pero irritante inconveniente, Miguel y Nacho se fueron a Estados Unidos, tiraron de chequera y alquilaron a dos mujeres, las madres, a las que el propio Bosé públicamente ha rebajado a la categoría de “hornitos”.

Ellas, las madres, con muchos menos recursos que los dos surtidores machos de esperma, fueron inseminadas cada una con la semillita de uno de los dos emocionados padres por contrato. Y hasta aquí su participación en esta historia ya que el contrato de vientre de alquiler obliga a las madres a renunciar a cualquier derecho sobre sus hijos incluso antes de nacer.

De esa ilegalidad prohibida en España y penada en el art. 221 del Código Penal, nacieron cuatro niños, que, hasta que hace dos años, cuando sus progenitores medio biológicos contratantes decidieron poner fin a su relación, se habían criado como hermanos, durante 8 años. Sin embargo, al separarse, el señor Bosé cogió las de Villa Diego y se largó a México, llevándose con él sus posesiones, incluidos los dos niños en los que biológicamente él había tenido algo que ver (o eso nos han dicho).

Atrás dejó su a su ex, que quedó desposeído también de la fortuna de su amante bandido hasta la fecha. Nada que objetar a tal cosa. Sin embargo, también quedaron atrás, de la noche a la mañana, los dos niños a los que los críos que Bosé se llevó a México consideraban sus hermanos. Y me atrevo a aventurar que esos niños que abandonó, también lo consideraban a él su padre.

Abro paréntesis aquí porque, alguien podría pensar que, si había semen de Bosé, son sus hijos y que eso le da derecho absoluto sobre las criaturas. Sin embargo, eso sería como mantener, a sensu contrario, que cuando no hay tal material genético la paternidad no existe. Lo cual nos llevaría a afirmar que todos los niños que han nacido de esperma de donante no son hijos de los padres que los han criado, o que las mujeres que han parido a sus hijos, fruto de una donación de óvulo, no son madres de esos bebés. Como ven, la genética pinta poco en este asunto. Seguimos.

De padres que abandonan a sus hijos está el mundo lleno, por supuesto. Sin embargo, el propio Bosé ha abjurado de esa condición, aprovechando el juicio de esta semana para argumentar que esos dos niños que dejó con su ex nada tienen que ver con él, y que, en ningún caso, él va a reconocer filiación alguna con ellos puesto que él no es su padre. Ya no los desea. Lo cual, según su criterio, le libera de cualquier obligación para con ellos, incluida la pensión de alimentos o un régimen de visitas.

Quizá, dependiendo de la decisión judicial que se tome al respecto, tendrían las agencias facilitadoras del alquiler de mujeres para explotarlas con fines reproductivos, que plantearse si fuera posible y beneficioso introducir una cláusula temporal en los contratos. Imagínense la oferta. Usted será “padre intencional” (así se llama a los compradores en la propia jerga del negocio), de un niño durante el tiempo que dure el amor que le tiene a su pareja. Cuando se acabe el amor, se acaba la intención. Y no sería nada extraño, si tenemos en cuenta que los contratos de vientre de alquiler ya recogen una garantía de dos años por bebé. Si no te satisface el “producto” o tiene algún defecto o enfermedad, los contratantes están facultados a devolverlo y a volver a empezar el proceso de nuevo.

Y lo que pase con los niños, ¿a quién le importa? A nadie, como siempre que hablamos de vientres de alquiler.

A nadie le ha importado durante estos dos años lo que hayan podido sufrir esos cuatro niños al ser abruptamente separados unos de otros. A nadie le ha importado tampoco que sus cuidadores se los hayan repartido en el proceso de separación como quien se reparte la vajilla de porcelana o la cubertería de plata. Como aquellos regalos horrorosos de boda que todos los que nos hemos divorciado hemos tenido el placer de perder de vista a la vez que al cónyuge despreciado. Como cualquier otro bien del matrimonio. En el caso que nos ocupa, como bienes de un régimen de separación de bienes. Dos para cada uno, y listo. Los tuyos para ti y los míos para mí. Mis fotos, las joyas de mi madre y mis niños.

Una nueva y tétrica versión del “Tú a Boston y yo a California”, pero con mezquindad de por medio.

Porque todo lo malo que hay detrás de los vientres de alquiler ha salido a relucir en este juicio de Bosé contra Palau. Ha quedado claro que los niños adquiridos como posesiones son tratados como posesiones durante toda su vida. Ha quedado claro también que los “padres de intención” jamás pasarían ni medio test de idoneidad de los que pasan las personas que adoptan criaturas, puesto que en la adopción prima el bienestar superior del niño, mientras que en los contratos de vientres de alquiler lo que prima es la egolatría de quienes un día pagaron por tener una criatura, a costa de aprovecharse de mujeres pobres en países pobres, y que no tuvieron ni el más mínimo miramiento de arrancárselos de sus brazos al segundo siguiente de nacer.

No llegan a la veintena los países en el mundo donde esta práctica es legal. Países de tan dudoso respeto por los derechos humanos y, especialmente, por los derechos humanos de las mujeres como México, Ruanda, Georgia o Ucrania. O países donde las desigualdades sociales son tan abismales que una enfermedad puede dejar a la familia en la más absoluta ruina, como Estados Unidos. Por suerte, sólo veinte países, entre los que España, de momento, no está incluido. En los 150 países restantes la compraventa de seres humanos aún es ilegal.

Pues a esa veintena de países es donde va gente como los Bosé-Palau, a pagar por los caprichos que en el mundo civilizado no se les permite comprar. Y no me gustaría en ningún caso excusar al señor Palau ni dejarlo como el bueno de la historia, sólo porque quiera que los niños estén juntos.

Él tampoco tuvo ningún reparo en aprovecharse de la pobreza de una mujer, un “hornito”, para dar rienda suelta a sus deseos, que no derechos, que su pareja le proveyó a golpe de chequera. Esa chequera, en forma de suculenta pensión de alimentos, también puede ser un factor importante en tanto interés.

Sin embargo, no son los únicos famosos que han optado por este contrato. Tita Cervera, Miguel Poveda, Kike Sarasola, y el inolvidable “Torito”, y su niño al que se refirió como “Alta Gama”, puesto que le había costado lo mismo que un coche de lujo, como explicó él mismo en el programa de televisión donde colabora, entre las risas y arrumacos de los compañeros y el beneplácito de la presentadora desde su trono. Mala gente.

Y si está prohibido, ¿Qué hace el gobierno más progresista y feminista de la historia de España para evitar tan inmenso atropello a los derechos humanos de las mujeres y los niños? Absolutamente nada. Bueno, declaraciones y fotos, lo de siempre. Pero efectivo, nada.

Será el juez de Torrejón quien le aclare a los Bosé-Palau hasta donde deben responsabilizarse de sus deseos, que ahora son cuatro criaturas, a los que la egolatría desmedida de sus cuidadores les ha robado el derecho a seguir siendo hermanos.

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