Opinión

TRESCIENTAS

La última semana de febrero de este invivible 2021 ha sido muy negra, en cuanto a la violación de los derechos humanos en el mundo se refiere. Siempre lo son, pero hay que reconocer que febrero se despide sangriento.

El martes, 79 fueron asesinados, algunos de ellos decapitados y desollados, en tres cárceles ecuatorianas, en medio de un motín encabezado por los líderes de varias bandas rivales de narcotraficantes, que algún funcionario espabilado había tenido a bien encerrar juntos en las mismas cárceles. Si a eso le sumamos, las condiciones infrahumanas de los reclusorios de América latina, el baño de sangre estaba servido. Y se sirvió.

Por otro lado, el jueves, el presidente de Estados Unidos, se estrenó como asesino impune (una de las prebendas que le lleva aparejada el cargo, igual que la de indultar un pavo en Acción de Gracias), y ordenó su primer ataque militar a Siria, que se saldó con 22 muertos. Pero la semana ha suplido mucho en la Casa Blanca, porque además del bombardeo, el miércoles, Biden también dio la orden de empezar a reabrir los centros de detención para menores inmigrantes. Sí, esos que cerraron por tener a los niños que separaban de sus familias, encerrados en jaulas de animales. Se ve que el gran cambio de formas y políticas que iba a conllevar el bueno de Biden, o la primera vicepresidenta mujer, no lo van a notar de momento, ni los sirios y sirias muertas, ni los niños y niñas pobres enjaulados como delincuentes.

Y para terminar la semana laboral, el viernes volvió a saltar a escena uno de los nombres más terribles de los últimos años en África, Boko Haram, grupo terrorista islamista, llevando a cabo de nuevo un secuestro masivo de 300 niñas y adolescentes, en Zamfara, Nigeria. 317, concretamente, han sido las secuestradas, cuyo destino es la violación, el matrimonio forzado, la esclavitud laboral, los abusos y la tortura.

Es cierto que el secuestro de estudiantes en el nordeste de Nigeria se ha convertido en la acción más lucrativa de terroristas y criminales, desde que el gobierno del país entró en una dinámica de negociación, pago de rescates y amnistía para los secuestradores, que está poniendo en jaque el derecho a la educación efectiva de la infancia y la juventud en ese país, que ya de por sí es complicada de garantizar, pero con este elemento, más aún. Sin ir más lejos, en diciembre de 2020 fueron secuestrados centenares de estudiantes que fueron liberados casi de inmediato, tras el pago de los rescates y la liberación de presos del grupo terrorista.

Sin embargo, el secuestro de niñas y adolescentes va mucho más allá de lo meramente lucrativo. A estas 317 mujeres, le tenemos que sumar las 93 chicas que aún están desaparecidas desde que en 2014 llevarna a cabo el primer secuestro masivo de niñas que desde occidente tuvimos conocimiento en Chibok. Hace más de 6 años que esas 276 niñas fueron tomadas como esclavas. Aún lo están 93.

Aquello pareció conmocionar al mundo y hasta la mismísima Michelle Obama se apuntó a la campaña #BringBackOurGirls que consistía, como casi todo últimamente, en escribir esa frase en un folio y hacerse una foto para el Instagram. Que hagamos eso el resto de las mortales, podría aceptarse, pero la señora Obama gozaba en aquel momento de mucho más poder e influencia, como para haber hecho alguna cosita más. Entonces y en los seis años siguientes.

Pero como decía, el objetivo de secuestrar niñas estudiantes va mucho más allá de encontrar una fuente de financiación para actividades delictivas.

Se secuestra a esas niñas y se las obliga a convertirse al Islam. No es un detalle menor. Como símbolo de sumisión absoluta, se les encaja el hiyab o el burka, para anularlas como personas y para recordarles su lugar en el mundo como mujeres. Servidoras de los hombres. Porque aprovecho para remarcar que eso es precisamente el hiyab, un símbolo externo y visible del patriarcado machista más absoluto, que indica a las mujeres su categoría de subhumanas respecto a los hombres.

Nada tiene que ver con la cultura o la tradición, y mucho menos es una pieza de ropa como otra cualquiera, como algún posmoderno analfabeto de estos que últimamente abundan tanto en los cargos de elección pública cacarea por ahí, especialmente en Catalunya, especialmente en Barcelona. Alguna vez oí a alguno de estos insolventes comparar el hiyab con llevar tacones. A nadie lo matan por no llevar tacones. Negarse a imponerse el hiyab, sin embargo, a muchas mujeres les cuesta el destierro, la cárcel e incluso la vida.

Tras la conversión religiosa, llega la violación sistemática, como castigo al gran pecado que han cometido de querer formarse y estudiar. Ese es, otra vez, el mensaje claro y nítido de nuevo. El lugar en el mundo de la mujer es servir al hombre, para lo que de ningún modo hacen falta estudios algunos. Por tanto, querer escapar de ese destino sagrado es “haram” (pecado). La penitencia a pagar para esas crías es la de la violación múltiple por parte de sus secuestradores.

Por último, son vendidas por unos 15 dólares como esposas para matrimonios forzados con los propios terroristas o su entorno, para asegurarse éstos de que esas mujeres sí cumplen con el único destino que les tiene reservado y permitido la vida, el de ser sierva, en el más amplio sentido de la palabra, del marido de turno que otros hombres hayan convenido para ellas.

Bien, ninguna de estas tres cosas les pasa a los chicos estudiantes que secuestra la misma banda Boko Haram en Nigeria, para ser intercambiados por dinero. No son obligados a convertirse al Islam, no son violados, no se les impone el burka o hiyab, no se les obliga a dejar los estudios una vez liberados, y tampoco son entregados como esposos en matrimonios forzados. Sin querer quitar un ápice de horror a la situación de esos chicos, lo cierto, es que, aún secuestrados, nada de eso les pasa.

Y eso es así porque, a diferencia de el del hombre, el cuerpo de la mujer siempre es campo y botín de guerra, en todos los conflictos. Es importante, en las puertas del 8M recordar esto, y recordar también que las mujeres somos ese botín de mil maneras diferentes en todos los lugares del mundo, todo el rato. Se quieran dar cuenta, o no.

Por tanto, si en estos días aún nos da la vida para sacar nuestras egocéntricas narices de nuestras discusiones malvadamente impostadas sobre el sexo de los ángeles, sobre el miedo que nos debería dar todo, o sobre a qué politiquilla de turno tendríamos que obedecer como parte del botín raptado, que es en lo que quieren convertir algunos a las mujeres en España, si conseguimos alejarnos un poquito, veremos que las niñas, las adolescentes, las mujeres, seguimos siendo seres de segunda categoría, y que también en este 8 de Marzo, nos sobran los motivos para seguir luchando.

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