
Hay gente que siempre ha pensado que las normas no son para ellos. Tampoco las normas sociales generales que vienen siendo las leyes de las que la misma sociedad se ha auto dotado, unas elaboradas y recibidas con más entusiasmo que otras.
Y a esas normas de cumplimiento general y obligatorio para todos menos para algunos, le sumamos que, desde que nos tienen en reclusión “voluntaria”, nos vemos sometidos también, al criterio subjetivo policial, de cada uno de los miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, todas las escasísimas veces que pisamos la calle.
En el parte de “guerra” diario que nos dan cada medio día señores, y ahora también, una señora con uniforme y muchas medallas, nos explican con la misma precisión que las cifras de fallecidos, nuevos contagios y curados, las cifras de las sanciones, multas y detenciones que nuestros “chicos y chicas” encargados del manteniendo de la ley y el orden, han tenido que poner a la ciudadanía descarriada que parece que no entiende este nueva suerte de “estado policial” en el que hemos tenido la desgracia de tener que vivir.
Pero, la sanción que no han contado, porque no ha existido, es la del paseíto diario del ex presidente Mariano Rajoy, que ayer vimos “andar rápido” y alegremente, con un outfit más parecido al de un yonki de barrio ochentero que no a todas las posibilidades que ofrece la moda deportiva de los últimos tiempos, llena de colores fluorescentes, bambas con plataforma, o incluso brilli brilli en las sudaderas.
Ya que va a salir, mi consejo es que lo haga con estilo, señor Rajoy, en concordancia con una de las poquísimas cualidades que le podemos atribuir, esto es, su discreta elegancia en el vestir. Porque más allá de eso, ni en el pelo se salva (ese tinte de tono indescriptible que se empeña usted en llevar en contraste con su barba blanca, no es una buena idea), ya no digamos en la política.
Pero más allá de la cuestión estética, que no es menor en los tiempos que corren, donde todo parece que de pronto se derrumba, como ya había predicho con sabias palabras el Makinavaja, en su maravilloso decreto vital de “en un mundo sin ética, sólo nos queda la estética”, toca fijarse en la ética de lo que este acto de desobediencia materializado en un paseíto, a priori, cero peligroso para la salud pública, entraña.
parece que el señor Rajoy tiene patente de Corso para saltarse las prohibiciones un ratito cada día
No estoy muy puesta en cuestiones de seguridad personal de ex altos cargos públicos, pero las veces que he visto a algún expresidente del gobierno siempre han ido acompañados de seguridad, que suelen ser agentes de policía o guardia civil. Supongo que el caso de Mariano Rajoy no es una excepción.
Digo también que sería lógico pensar que las personas encargadas de la seguridad del expresidente están al tanto del estado de alarma sanitaria y de las prohibiciones absolutas y, muchas de ellas, inexplicables, que dicha alarma conlleva. Sin embargo, parece que el señor Rajoy tiene patente de Corso para saltárselas un ratito cada día e ir a caminar solo, puesto que, al fin y al cabo, en realidad es una actividad del todo inofensiva para la salud pública. Y lo es.
El problema viene cuando esto lo pueden hacer sólo algunos, mientras el resto de la población vivimos estabulada desde hace más de un mes, y expuesta a ser pasto del exceso de celo de algunos elementos policiales, como los que, en lo que parece ser ya una costumbre, bajan del cielo como castigo divino, descolgándose de sus helicópteros, al más puro estilo SWAT, para abroncar a un pobre ciudadano que está más allá de 100 metros de su casa, o eso creen ellos.
No es lógica, ni una situación ni la otra. No es lógico que el ex presidente del gobierno haga alarde de esa vieja pero constante idea de que las normas que son para todos no lo son para los poderosos. Algo tan incrustado en nuestro ideario colectivo que ni el propio implicado ha tenido a bien salir a decir esta boca es mía.
sí se nos permite realizar acciones tan poco saludables como meternos en el metro atestado para ir a trabajar
Tampoco es lógico, por otra parte, el comportamiento de las hordas de policías de balcón y rellano, que parecen molestarse menos cuando es un señor poderoso quien hace lo que le da la gana, que cuando en su escalera vive la cajera del súper donde ellos compran a diario y sin la que no podrían sobrevivir, a la que sin pudor le piden que se marche a vivir a otro sitio. Sin pudor, y sin vergüenza.
Pero tampoco es lógico que, después de más de un mes, sigamos arrestados, bajo la amenaza del transformado estado de derecho en estado de vigilancia, donde comportamientos que no tienen nada de riesgo sigan prohibidos. Sobre todo, mientras que sí se nos permite realizar acciones tan poco saludables como meternos en el metro atestado para ir a trabajar, con la protección de unas mascarillas que sí sabemos que no protegen de nada. Eso sí, solo para trabajar.
Debe ser que, en este mundo sin ética, y ya casi sin estética, está justificado asumir el riesgo de morir para producir. Conclusión, ya somos todos chinos.