Opinión

Y que no se entere Fernando…

Placa conmemorativa al caballo del emisario que alacanzó a Colón en Pinos Puente (Granada)
photo_camera Placa conmemorativa al caballo del emisario que alacanzó a Colón en Pinos Puente (Granada)
Salvar la importancia de que exista gente que esté loca como para creer en lo que dice y tener más fe en sus conocimientos y en el mundo real que lo rodea que en ningún dios, diosa o fenómeno paranormal o creencia identitaria.

El 12 de octubre es un día de celebración a ambos lados del Atlántico. Pero que en ambos lugares sea un día espacial no quiere decir que se celebre lo mismo, de hecho, la celebración es casi antagónica. Mientras que de nuestro lado conmemoramos bajo el “Día de la Hispanidad”el momento en que unos cuantos hombres desembarcaron por error en lo que hoy es Puerto Rico, en América Latina es el “Día de la Raza”, precisamente para intentar distanciarse lo más posible de aquellos que creían que llegaban a las Indias donde supuestamente les esperaban la canela y el clavo, como al pavo de la canción.

Sin embargo, no es mi intención hoy enrollarme en ese estúpido revisionismo sobre la colonización o los supuestos perdones debidos 500 años más tarde. En debate estéril, ya que ahí está la historia, la de hace 500 años y la de cada uno de esos 500 años de actuaciones de personas de ambos lados del charco, hasta hoy, donde la neocolonización a través de grandes corporaciones empresariales internacionales sigue su curso con el beneplácito de gobernantes autoctonos en su mayoría absolutamente corruptos.

Pero he dicho que no iba a entrar ahí.

Yo siento que estamos en un momento de oscuridad total de la sociedad, donde el libre pensamiento está perseguido ya sin el menor miramiento, y donde la defensa de lo racional y lo material es sometido a juicio por tribunales de la moral, igualito que por allá en la Europa del s. XV, sólo que ahora en lugar de sentenciar en plazas públicas lo hacen desde las redes sociales, que son los nuevos foros de las condenas. En realidad, y aunque parezca lo contrario, en pleno s. XXI vivimos bastante medievalizados.

Se me hace necesario pues acudir a las gentes que en algún momento tuvieron visión, puesto que vamos justitos de inspiraciones. Una visión por encima del resto para iniciar auténticas aventuras completamente descabelladas, con un posible porcentaje de fracaso del 99% y aun así, seguir adelante.

De esta historia del “descubrimiento de América” siempre me ha fascinado pensar qué tendría Colón en la cabeza para meterse en el océano con tres calaveritas a darle la vuelta al mundo. Una vuelta en la que sólo confiaba él. Él y una mujer. Porque de todos es sabido que a un loco siempre le sigue otro loco, en este caso, otra loca. En este caso, la reina Isabel.

Ella también tuvo una visión, más allá del resto. En su caso la del negocio. En el caso de Colón, a de demostrar que tenía razón. La cuestión es que la cabezonería de uno y la avaricia de la otra cambiaron el mundo, al empujarlos a embarcarse en una empresa que hoy se antoja más riesgosa que la colonización de Marte en los próximos años.

Dejando al margen la vida de ambos personajes y lo que cada uno representa, sólo me interesa salvar en estas pocas letras la importancia de que exista gente que esté loca como para creer en lo que dice y tener más fe en sus conocimientos y en el mundo real que lo rodea que en ningún dios, diosa o fenómeno paranormal o creencia identitaria.

La historia dice que Colón fue a “venderle el huevo” a Isabel a Santa Fe, campamento militar desde donde ella estaba dirigiendo el asedio a la Granada mora de Boadbil, hoy convertido en uno de los pueblos más importantes de la vega granadina. Hasta allí llegó el extranjero Cristobal y fue recibido por Isabel y Fernando, ya saben. Fernandico el maño, quería toda la pasta disponible para otra guerra que tenía por ahí montada por unos condados, así que le dijo a su señora esposa que de invertir en aquella flipada propuesta dl mundo redondo nada de nada.

Colón se fue de Santa Fe con un no, pero la reina que se había quedado con el run run, decidió que su marido estaba siendo un poco sieso y que aquello que le había contado el marinero podía ser todo un pelotazo empresarial. Así que envió a un emisario a alcanzar a Cristóbal Colón allá donde estuviere y hacerle volver, antes de que algún otro rey comprara su loca idea. Y que no se entere Fernando de que la pasta que él pensaba gastarse la su guerra era exactamente la que ella iba darle a Colón. Y así fue.

Cuenta la microhistoria que el emisario corrió tanto que cuando alcanzó a Colón, en un puente sobre el río Cubillas, en lo que hoy es el bonito pueblo de Pinos Puente (casualmente mi pueblo, Granada), el caballo reventó de tan maño esfuerzo que había hecho. Hoy hay una placa en ese puente en homenaje al caballo, y yo por eso cuento esta pequeña historia siempre que puedo.

Así que un caballo y un cabreo marital, bien valen seguir ideas locas que acaban cambiando el mundo.

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