Opinión

¿Y si el Gordo cae aquí?

No sé si han notado que este verano es tan poco normal, que ni canción del verano tenemos. Lo que sí tenemos, sin duda, es palabra del verano, y ésa es rebrote. Me genera una mezcla de estupefacción y odio profundo cómo los grandes medios de comunicación, a diario, nos informan de los nuevos contagios, como si nos retransmitieran una suerte de nueva lotería de Navidad, pero de la desgracia colectiva, a la que se puede aplicar el eslogan oficial del sorteo que decía «¿y si el Gordo cae aquí?», sólo que, ahora, los millones de euros no son en premios, sino en pérdidas.   

Pues así estamos todos, esperando que nuestro pueblo o ciudad, o aquel recóndito lugar donde pensábamos ir a pasar unos días de vacaciones para colaborar con el levantamiento de la economía patria, a pesar del pánico infundido por radio, tele y periódico, no salga en las noticias como nuevo foco infeccioso señalado por los periodistas, que siguen en la misma tónica desde que empezó la pandemia, y que es la de amarillear más que informar.

Desde luego, si hay un colectivo que pone diariamente todo de su parte por el hundimiento absoluto de la economía española, especialmente, en todo aquello que tenga que ver con el turismo, el ocio o la hostelería, a base de asustar a toda la población, esos son el cuarto poder: La prensa, que desde el fatídico 13 de marzo de 2020, ha pasado de informar a realizar toda una serie de labores que nada tienen que ver con el servicio público y con el derecho a la información, que paso a detallar.

Primero, se erigió como monja alférez vigilante y denunciante del comportamiento de los malos ciudadanos que se saltaban (o no), por la razón que fuera, el confinamiento, y ahora, se dedica a celebrar cada uno de los territorios en los que se exige el uso del antihumano bozal/mascarilla de manera obligatoria, sólo para poder ir al día siguiente a hacer el más que visto y cero interesante reportaje de «primer día de uso obligatorio de las mascarillas en…».

Sin embargo, eso no es tan grave y reprochable como la indecente manipulación de las cifras de contagios que hacen cada día, sin el más mínimo pudor. El pasado miércoles, llegamos al punto álgido de esta «fiesta de los números Covid», cuando los titulares fueron que Catalunya había comunicado más de 900 contagios ese día.

Todos, periódicos, radios, informativos de televisión, abrieron con ese dato, para crear cuanta más alarma social y más sensacionalismo mejor. Sin embargo, si alguien se tomaba el tiempo de leer o escuchar la noticia, la cifra real era que en las últimas 24 horas se habían comunicado unos 90 casos confirmados y que el resto pertenecía a otros días o a gente que ya se había curado pero que daba positivo en el test del superpoder de los anticuerpos del PCR. Así que lo cierto era que confirmados, los nuevos contagios no llegaban al centenar, pero según la prensa, casi llegaban al millar. Población desinformada, pero asustada. Objetivo conseguido.

Algunas de las cabezas pensantes de los grandes lobbies de la comunicación e información de este país deberían pensar un poco más en su manera de contribuir negativamente a la mayor crisis que ha sufrido la humanidad, en general, y nosotros, en particular, desde el siglo XX. Durante la pandemia, no fuimos pocos los que, por salud mental, y viendo el tratamiento que se daba a la información de todo lo que sucedía, dejamos de ver las noticias. Eso, en breve, volverá a pasar, porque no se puede vivir en permanente estado de ansiedad, sobre todo, cuando la información es poco veraz y está altamente manipulada para contribuir al pánico colectivo.  

Muchísima gente viajó de la sobreinformación a pasar olímpicamente de ver, oír o leer cualquier tipo de noticiero, más preocupados en transmitir mal rollo y morbo, que datos ciertos o contribuir a la serenidad colectiva, que buena falta hace. A lo mejor, es que creen que ya les sobran televidentes, porque la información hace mucho que no se da con el objetivo de tener una sociedad despierta y con pensamiento crítico. Ahora, los medios tienen otro público objetivo.

Los informativos se han convertido en la fuente perfecta del argumentario de cuñaos y agoreros que, de cada dos frases, en una de ellas gustan decir a todo aquel quien los quiera escuchar, aquello de, «en agosto, todos confinados», con un deseo íntimo en sus palabras de que así sea, que para mí esconde otro deseo claro, que es el de no tener que ir a trabajar en todo el verano, rezando a todos los santos para que alguien decida volver a encerrarnos de una vez y poder, así, hacer realidad su sueño dorado de pasarse el agosto entero en el sofá, con la cerveza en una mano y el mando de la tele en la otra, engordando y eructando.

Todos ellos (unos sabiéndolo, otros por la pura malvada ignorancia del tonto útil), son los portavoces del miedo colectivo y el instrumento perfecto del intento de control social más enorme que hemos visto nunca… y que está funcionando.

Yo, sinceramente, espero aguarles la fiesta a todos ellos e invito a todas las personas de bien a disfrutar al máximo, de la manera que sea y que nos dejen, de este «verano interruptus», como si fuera el último, ya que puede que lo sea. Porque el placer es ahora una forma de resistencia revolucionaria.

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