
Cada día, sigo esperando a que los políticos de este país, cualquiera de los que ya forman parte de ese arcoíris, sean solidarios. Pero no desde sus posiciones privilegiadas de poder ni desde las instituciones que encabezan o desde los Ministerios que representan. Eso no es ser solidario, es cumplir con sus «obligaciones», por las que cobran sueldos vergonzosos. Me refiero a ser solidarios, como españoles, como ciudadanos y, sobre todo, como personas. Sigo siendo una soñadora ¿verdad?
Hay ciudadanos que, sin coches oficiales, sin sueldos de 5.000€ al mes y sin privilegios para obtener una habitación individual en la Clínica Ruber de Madrid, están regalando su tiempo, su dinero e incluso su salud a los demás. No hablo de los sanitarios, fuerzas y cuerpos de seguridad, militares o todas aquellas personas que están trabajando para todos nosotros que, para mí, son los héroes visibles de nuestra sociedad. Hablo de aquellos ciudadanos sin identidad mediática que nos ayudan a confiar de nuevo en nuestra propia humanidad. Y son muchos, muchísimos. Más de los que creemos.
Me refiero a familias que, con su trabajo, están salvando vidas. Y sobre todo, me refiero a la familia Adell, a la que conozco y admiro. La familia Adell, hasta hoy, eran héroes anónimos. Cada mañana se levantan muy temprano y, en su tienda de Valencia, hacen una a una, y a mano, mascarillas lavables para los demás. Lo hacen de modo altruista. Sí, gratis. Sí, sin cobrar un solo euro. Mientras, otros venden mascarillas de papel, desechables y de un solo uso, a 6,00€ (en tiempos de crisis, guerras y pandemias, nuestra historia está cargada de ratas que se han enriquecido a costa del sufrimiento, del dolor y del miedo de los demás, pero ésta, es otra historia).
Me tranquiliza y me enorgullece ver que, aunque los políticos de colores se llenan la boca con palabras como sociedad del bienestar o el buen estado de nuestra sanidad pública (aunque ellos acaben en la privada), hay ciudadanos españoles que sí piensan en los demás. Estoy segura de que hay muchas personas, que están haciendo lo mismo que esta familia de Valencia. Héroes ocultos que nadie conoce. Héroes a los que nadie aplaude. Héroes que van a salvar muchas más vidas que esos cuatro personajes que salen en televisión cada día contradiciéndose en sus declaraciones pero sabiéndose protagonistas ya, de un lugar en la historia de España.
Cuando la COVID-19 desaparezca de nuestras vidas, seamos conscientes de a quién tenemos que dar las gracias. No solo a los héroes visibles que están haciendo un trabajo extraordinario por nuestra sociedad. También a los héroes que, desde sus pequeñas empresas o desde sus casas, están ayudando a que muchos ciudadanos tengan la protección necesaria para poder seguir trabajando para los que estamos confinados en casa cómodamente, con nuestra televisión, nuestros libros, comida en la nevera… mientras que muchos de ellos, miran a la muerte cara a cara, cada día. A algunos incluso, la muerte se los ha llevado con ella.
Tengo claro a quién no voy a dar las gracias. A ese arcoíris de «sujetos y sujetas» que desconocen lo que es la solidaridad y el altruismo, y que desconocen, incluso, lo que es ser persona. Egoístas, narcisistas, mentirosos, manipuladores… jamás tendréis mi agradecimiento.
Y, a partir de hoy y desde mi confinamiento en soledad, brindaré un aplauso a todos esos héroes sin rostro, a todos esos guerreros que luchan en la sombra por nosotros.