Opinión

Daño colateral: Las familias, presos sin condena

Vista de la cárcel de Soto del Real.
photo_camera Vista de la cárcel de Soto del Real.

Inicié esta carta esperando la engorrosa entrada a la prisión de Soto del Real, en Madrid. Vine a visitar a mi esposo.

Le trasladaron desde una de las cárceles de alta seguridad, en medio de la llanura potosina mexicana, con mas de 4.000 reclusos, hombres, y, la mayoría, de alta peligrosidad.

Cuál fue mi sorpresa al encontrarme en un país europeo con —se supone— un sistema penitenciario de primer mundo, pero con muchas más deficiencias que la cárcel mexicana que, si bien es cierto, está sobrepoblada, el trato a las familias y las medidas básicas de higiene son, por mucho, superiores a las españolas.

En México, las visitas son cada semana y ambas, la familiar y la íntima, de cinco horas de duración. En España, solo una vez al mes y de dos horas.

Trayecto nada fácil

Las familias, llenas de dolor, llegan en bus (que solo pasa dos veces al día) y deben caminar desde la parada, bajo 40 grados en verano o a cinco grados bajo cero, nevando, en invierno.

Todos en marcha, con niños y abuelos, logramos llegar a la entrada de la prisión, donde nos espera una sala helada o ardiendo, según la estación del año, con unos servicios y lavabos insalubres, cuyo olor a orina llega hasta el interior de la sala de espera, el agua del grifo es de color marrón y las cucarachas nos rondan los pies mientras intentamos cambiar el pañal a los bebés sobre las piernas o en la mesa de la visita (la misma donde ponemos los alimentos); no existe un cambiador en ningún lado.

Y que decir cuando hemos llevado al abuelo, de 86 años, andando por las múltiples escaleras por que el ascensor nunca funciona.

Y así pasaron los años... Ahí me casé, ahí llevé a mi hija de ocho días a conocer a su padre... y el trato de indiferencia y silencio fue siempre el mismo. Dicen que no hay mayor desprecio que el no aprecio.

Yo quisiera saber si a los funcionarios les pagan por no hacer contacto visual con los familiares o les dan un bono extra por hacernos sentir mal a las mujeres que vamos en fila, haciendo esperas de hasta una hora, encerradas entre dos puertas de escalera, antes y después de entrar a la visita íntima.

«Me sentí presa»

Escribo lo que viví durante estos años en los que me sentí presa por ser la esposa de un interno y tener que bajar la cabeza, pasar frío, encierro, calor y vergüenza. Sólo quien haya pisado durante años una cárcel española podrá entender nuestro dolor… el de las familias.

Gracias a los voluntarios y las voluntarias y al padre Paulino, porque sin ellos, eso sería un verdadero sinvivir.

Con cariño a todas las mujeres que, valientes, cada visita, llegaron puntuales a la cita. Mi reconocimiento a las madres ancianas por nunca rendirse y a los hijos y padres que entraban con amor a las visitas.

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