
No debe ser una gran noticia que un escritor como Luis Artigue “celebre por todo lo alto el auge de las novelistas que han venido a dar un refrescante e inteligente impulso de amplitud al panorama”. Empezamos mal. Las escritoras de novela criminal no han venido, ya estaban mucho antes que usted, algunas se remontan a tiempos victorianos. Nombres como Catherine Louisa Pirkis, Mary E. Wilkins, Anna Katharine Green fueron silenciadas en el decurso de los años, a pesar de que algunos de sus libros fueran best sellers en su época, por el mero hecho de ser mujer. También fue el caso de Margaret Millar, injusto y flagrante, forzada a mantenerse a la sombra en favor de su esposo, Ross McDonald, al cual superaba, hay que decirlo, en calidad literaria.
Puede que usted esto, a estas alturas, aún no lo sepa. Será porque las cabezas pensantes como la suya nos siguen silenciando con actitudes condescendientes, léase su artículo “Feminismo y novela negra” como ejemplo. O será porque cada vez que nos invitan a festivales, nos concentran en una mesa redonda, la de las novelistas, como bichos raros a los que dar de comer aparte, o como si nuestros libros formaran un subgénero dentro de otro mayor, claro, el de los hombres.
Le voy a sacar de su error y, créame, señor Artigue, me lo agradecerá, se evitará más de un chaparrón porque las cosas están cambiando y no nos callamos: la exclusividad de la novela criminal no la tiene el hombre y por tanto no hace falta que un compañero de profesión nos diga cuál de las migajas es la buena. ¿A qué viene comparar dos autoras tan reconocidas en el género criminal español como Graziella Moreno y Berna González? Es como comparar churras con merinas. Oiga, usted ya tiene el suficiente bagaje para saber que eso es hacer trampa, no solo a un nivel moral, atacando a una compañera, ensañándose gratuitamente, sino tergiversando la misma Teoría Literaria, la cual usted ondea a la mínima de cambio a su antojo y conveniencia.
Señor Artigue, usted exige a la novela escrita por una mujer —al fin y al cabo, estamos hablando de esto— una mirada feminista, cuando desconoce el término y, en cualquier caso, parte de silogismos erróneos. Si bien es cierto que la teoría literaria feminista, tal como sucede con los estudios de género y la teoría queer, ponen en entredicho la naturalidad de las abstracciones conceptuales y priorizan la subjetividad dentro de las estructuras y del acercamiento teórico, también es cierto que el receptor que las interpreta, en este caso el crítico literario, no debe pervertirla. No nos interesa si un personaje se llama Jordi u ocupa el cuerpo de un hombre, nos interesa su conciencia como quicio en la sociedad y en eso, la señora Graziella Moreno con El salto de la araña, lo borda. Si usted no lo ha entendido, es una carencia suya que resulta injusta que la traslade a los demás.
Estamos cansadas de que por ser mujeres se nos exija una mirada “femenina” y, además, al gusto de los hombres. Así que no juzgue, no manipule y demuestre que sabe ejercer la crítica literaria. No es fácil, una de sus máximas es no dejarse llevar por sus pasiones. Las escritoras, cultiven el género criminal o no, escribimos lo que queremos, que para eso somos libres como ustedes. Y, déjeme que le diga para acabar que, por higiene mental, ejercemos nuestra profesión lejos de su beneplácito.