
Debo reconocer que el idioma español me fascina. El origen etimológico (para los de la LOGSE: cómo y de dónde nace una palabra u otra), los modismos, los matices entre supuestos sinónimos, las figuras, etc… Y las “patás” al diccionario también.
Con estas últimas, a veces me indigno, a veces me río. Hay un procurador que tiene dada la orden en su despacho de no presentar ni un escrito mío en ningún juzgado sino ha pasado antes por su criba, ya que en ocasiones, cuando me hierve la sangre, tiendo a cebarme con el compañero –supuesto letrado- que no es capaz (o capaza, Irene Montero dixit) de juntar tres frases sin darle un bajonazo a nuestro español.
No me refiero a los populismos semánticos de los podemitas. Parto de la base que son muy conscientes de lo que dicen (no tanto de lo que hacen), pero están en la obligación de arrimar el ascua a su sardinilla.
A fin de cuentas, no dejan de ser unas folclóricas metidas en política: “Y ahora, dedicado a este público que tanto me quiere y tanto me admira, cantaré esa que tanto gusta y que se titula: “La española, o el español, o la ciudadana pluri estatal, cuando decide dar el sí a una relación íntima y lo hace de forma libre, espontánea y madurada, besa o permite ser besada de verdad. Pero de verdad, de la verdad de la memoria histórica, no de cualquier otra”. Aburrido y canso (como dicen en Navarrete).
En épocas anteriores la canción se llamaba “La española cuando besa, besa de verdad”, pero cualquiera se atreve a contradecir el nuevo castellano, que lo mismo aparece una hembra o macho podemita y se solaza dándome latigazos hasta que sangre.
Volviendo a las patadas al diccionario más próximas: ¿a quién no le rechinan los oídos al oír aquello de “Me subo arriba a ver qué hay”? ¿Quién no se muerde la lengua para no soltar aquello de “Si vas arriba, ¿dónde vas a subir, criatura? ¿Subirás abajo?”
También existe la contraria: “Me bajo abajo” Pues como te sigas bajando más abajo, conocerás el Averno, ¡Desgraciado!”.
Es lo que se viene denominando reiteración innecesaria. Su forma macarra es impagable: “¡Que te calles la boca, payaso!” Los “canis” de este mundo siempre usan el “payaso” como despectivo y no se dan cuenta que ese “que te calles la boca” los convierte a sí mismos en clowns: “¿Qué te vas a callar si no es la boca, alma de cántaro?, ¿Te vas a callar el culo, so tío pedorro?”
Otro gran grupo dentro de esas frases cotidianas son los periodistas deportivos. Incluso el entorno deportivo en general.
Reconozco mi maldad cuando me río al escuchar a los grandes astros del deporte tirando de clichés: “El partido dura cinco minutos”; “El juego es así”; “Los aros/postes también juegan”; “Hemos jugado muy bien pero el resultado es injusto”; “Hemos conseguido un balón de oxígeno”; “Duro correctivo”; “Pase de la muerte”; “La serpiente multicolor”; “Esforzados de la ruta”; “Se han desatado las hostilidades”; “Ha entrado como cuchillo en mantequilla”; “Evoluciona favorablemente” (si fuera desfavorablemente sería involución) etc…
Cada vez que escucho una frase de esas, intento adivinar cuál será el siguiente lugar común al que se aferrará el mongolo de turno que es entrevistado por el tonto con micro y que ganan millones sin saber quién fue Julio César. Si consigo acertar con la próxima frase hecha, siento una especie de íntima satisfacción personal del estilo de cuando te encuentras un billete de cinco euros en una chaqueta o en un pantalón.
Tengo una amiga, sevillana ella, que hace años descubrió mi debilidad por las meteduras de pata de mis colegas (o las mías). Especialmente las referidas a las semánticas o gramaticales.
Lo cierto es que el lenguaje jurídico crea polisemias a veces jocosas: “Se declara procesado en este sumario a Fulano de Tal con quien se entenderán las sucesivas diligencias en la forma y modo dispuestos por la Ley de Enjuiciamiento Criminal”. Según podrían entender Pablo Iglesias o su meritoria pareja Irene Montero, pudiera ser que Fulano de Tal tiene una relación LGTBI con las actuaciones judiciales sean éstas cuales fueren. Pero no. No es eso.
Es otra de la frases hechas cotidianas, en este caso judiciales, que acaban dando a un verbo o a una palabra un nuevo significado igual de chusco, pero con apariencia de sesudo. “Entender”; “Interesar”; “Fallar” (referido a una sentencia) no hacen sino provocarme una pregunta: “¿Sueñan los jueces con ovejas que cagan y mean?” ¿O a todos les es más fáciles el refugio de la frase hecha?
Si se fijan, tanto políticos, como canis, como líderes de la supuesta “sociedad civil”, como ingenieros, como psicólogos, periodistas, matemáticos, delincuentes, policías o jueces o abogados nos refugiamos en esas frases cotidianas para amparar nuestra mediocridad; reducirlo todo a lugares comunes y usar una especia de lenguaje tribal que nos sirva a cada uno de los partícipes de capa y escudo ante los ajenos a nuestra tribu. Áurea mediocritas.
“Es mejor el hombre que confiesa francamente su ignorancia, que quien finge con hipocresía”
Fiódor Dostoyevski