
En una entrevista que El País publicó el 18 de diciembre de 2005, el francés Alain Finkielkraut estableció que el peligro actual es “la tiranía de las minorías”. La expresión provenía de uno de los libros publicados por este profesor de filosofía en 1980 titulado “Le juif imaginaire” y en el que establecía que nadie tiene derecho a proclamarse heredero de las víctimas de la shoah. Sus abuelos murieron en Auschwitz, pero eso no le autorizaba a presentarse como víctima y a pedir reparación.
El autor manifestaba estar en contra la manera en que se enseña lo que fue la shoah, estar en contra del turismo escolar a Auschwitz y en contra de las leyes que especifican cómo hay que enseñar en clase el esclavismo o la colonización. En su día, Tocqueville habló del peligro de la "tiranía de las mayorías", pero ahora el peligro es de una "tiranía de las minorías".
Para los de la LOGSE aclararemos que Alexis de Tocqueville, que ejerció como jurista en París, fue enviado a Estados Unidos en abril de 1831 con la misión de elaborar un estudio sobre el sistema de prisiones. Tocqueville permaneció en América casi un año y a su regreso, una vez entregado el informe, emprendió la tarea de escribir la que sería la obra más importante de su vida, La democracia en América. El libro se publicó en 1835 y fue recibido con tal éxito que el jurista francés decidió completar su visión de la democracia con un segundo tomo que sería publicado cinco años más tarde. Para el jurista francés un gobierno democrático debe ser extremadamente cuidadoso para que la libertad de pensamiento y de expresión de las minorías quede garantizada.
El poder de la mayoría, decía Tocqueville, puede ser tiránico al imponer un pensamiento único contra el que nadie osa pronunciarse o cuando la opinión de la mayoría impide toda discusión. Ese tipo de tiranía se llama hoy corrección política y está descrita con una claridad extraordinaria por Orwell en el prólogo de su libro Rebelión en la granja. De hecho, Orwell reflejó exactamente el fraude que supuso poner en práctica las teorías marxistas. Es decir, la corrupción de las ideas debido a la “real politik”. Para Tocqueville el peligro venía del posible aplastamiento de las minorías por abuso (o uso legítimo, depende) del poder de la mayoría.
Sin embargo y volviendo al inicio, Finkielkraut nos avisó en 2005 del peligro de la tiranía de las minorías. Esto es, de aquellos grupos minoritarios que blandiendo el respeto a sus libertades, se erigen en jueces, jurados, inquisidores, censores, ejecutores y violadores de todo y todos aquellos que no acaten su ideología, sus dogmas, o su manera de hacer las cosas.
En España, el precursor de Podemos fue CiU, en virtud del cual, si atacabas o tan siquiera osabas criticar el stablishment pujolista, eras acusado inmediatamente de atacar o criticar a Cataluña, te miraban raro, te señalaban con el dedo y jamás tenías acceso a las prebendas (subvenciones a fondo perdido) que tan pródigamente se desparramaban entre amigos, allegados y, sobre todo, paganos.
Más recientemente y usando los círculos podemitas como una actualización de los soviets rusos, Iglesias y su banda cercaron –con total impunidad- mediante escraches a cualquier persona que se significara en contra de sus ideales sin importarles una higa que tuvieran hijos, familia o vecinos ya que montaban su show en la puerta de la casa de los escrachados. Es decir, el boicot ha pasado de discrepancia política a abuso salvaje. Y no les ha bastado con eso, han usado cualquier excusa o cualquier supuesta afrenta a cualquier minoría para hacer de ello bandera y, con las cejas muy fruncidas, autoerigirse en defensores de esas minorías.
Como declararse de derechas (no es sinónimo de totalitario) no es moderno ni idealista (de hecho, es la quinta esencia de la practicidad), la clac del audiovisual se apresura en hacer de caja de resonancia. Evidentemente, los motivos son espurios ya que son gente de la farándula que si no fuera por la subvención no vería un céntimo por los bodrios que habitualmente fabrican (entonces, podríamos hablar de la tiranía del mercado).
Ese fariseísmo populista recoge las exigencias de las minorías nacionalistas para usarlas en su favor y luego, no nos engañemos, traicionarlas. ¿O es que los nacionalistas vascos o catalanes no se acuerdan de cómo la URSS o Putin han venido aplastando cualquier intento de rebelión independentista o nacionalista? ¿Ya nadie recuerda las matanzas de Chechenia? ¿O la reciente Khabarovsk? ¿O cómo la URSS anexionó países enteros aplastando cualquier intento de independencia: Ukrania, etc?
Da igual que los peones de brega de los guardianes de la esencia de la única virtud posible que es la de izquierda no lleven Dockers, ni el pelo corto o vistan más rompedores. El uniforme, siendo otro, no deja de ser uniforme: camiseta del Che Guevara o polo/camisa barata arremangada, jeans, deportivas y alguna chapa reivindicativa. La actitud, aun queriendo parecer otra, es igual de totalitaria que las que ellos mismos denuestan: todo aquello que se oponga a su pensamiento, aunque no sean mayoría, debe ser silenciado porque ellos son el depositario de las libertades de las minorías y de la suficiencia intelectual. Y no hay más minorías que las que ellos eligen para ser admitidas como tales.
El problema es cuando el populismo toca pelo. En la medida que tenga más poder irá olvidando a quienes le ayudaron, a quienes le votaron y lo que prometieron, ya que su único propósito es alcanzar el poder y perpetuarse en él. Como el cerdo Napoleón de “Rebelión en la granja”
“El demagogo es aquel que predica doctrinas que sabe que son mentira a gente que sabe que es idiota”
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