Opinión

Los cholleros

De mayor quiero ser chollero. Sé que el término no existe y lo he acuñado yo. Son personas, normales y corrientes que todos conocemos y que, seguro, que todos tenemos uno cercano. Me vengo en referir a esa élite de afortunados que siempre, invariable e indefectiblemente encuentran chollos en todo. Y “siempre y en todo” es un sistema de vida. No me refiero a algo ocasional.

Pueden ser hermanos, cuñados, primos, parientes lejanos o cercanos, amigos, conocidos o saludados. Son los que siempre encuentran una maleta resistente y duradera en un bazar chino (es un oxímoron, lo sé); unas zapatillas deportivas Pijidas a precio reventado; un viaje idílico a un destino perfecto en un alojamiento ideal, con un viaje tranquilo, con unos compañeros de viaje maravillosos y con los que traban una profunda amistad que dura por los siglos de los siglos. Aunque bien mirado, no hay viaje en el que todo salga perfecto, pero en fin, no debemos ser malos y pensemos bien del chollero…

Aquel que tiene una vecina ya de provecta edad y que no ha querido desprenderse del deportivo de su difunto marido y que le pide, casi implora, a su vecino (nuestro chollero de turno) que haga el favor de sacar el coche porque si no se estropea estando parado tanto tiempo. El chollero, piadoso él, saca el deportivo durante un añito, por lo menos. Claro que bien mirado, a uno siempre le sorprende el profundo conocimiento de mecánica automovilística que tiene la señorona que ya no cumple los 80, pero en fin, no debemos ser malos y pensemos bien del chollero…

Son esos que cuando todo el mundo suspira por una segunda residencia donde confinarse (aunque esté prohibido ir y venir) ellos la encuentran por un precio irrisorio, decorada de “manera muy simpática” y en un lugar “con mucho encanto”.

Son los mismos que cuando acuden a esa segunda residencia, no les afectan los cortes de las carreteras porque conocen una ruta alternativa, en la hora perfecta para no encontrar ni un coche en la carretera. Y para colmo, cuando te lo cuentan y tú pones cara de simio alucinado, te miran muy sorprendidos y se extrañan que tú no conozcas ni esa ruta alternativa ni el horario perfecto para tomarla: “¿En serio no conoces la carretera SPM-280? ¡No me fastidies! ¡No me lo puedo creeeeeer!” (léase con un tono inicial sorprendido y un tono final lánguido). Es entonces cuando tu cara de mongolo inocente lucha denodadamente con tu otra cara de Alfredo Landa en modo español cabreado.

Uno acaba preguntándose si de verdad esa casita de vacaciones/fin de semana estará tan bien o la tendrán como una cuadra, gélida e incómoda. Y si no será cierto que, además, volverán a su residencia habitual por la misma carretera que todo el mundo, pero de madrugada para no encontrar a nadie con el único propósito de hacerte quedar como un tarugo provinciano. Pero en fin, no debemos ser malos y pensemos bien del chollero…

Es aquel que es capaz de conseguir todo el ajuar de su bebé recién nacido (¡OJO!: ropa de todo tipo, cochecito, capazo, parque infantil, etc.) tan solo con los puntos del banco “Kpaixa”. Y uno, por mucho que cobre puntos de tan desinteresada entidad de crédito, es incapaz de juntar los suficientes para adquirir una tablet que a la semana de estrenarla, sino se ha estropeado, se te ha quedado obsoleta. El hecho de que trabaje en “Kpaixa” no tiene nada que ver, porque (repitan conmigo el salmo responsorial): en fin, no debemos ser malos y pensemos bien del chollero…

No confundamos al chollero puro con el chollero sinvergüenza. Si bien el resultado es el mismo, el origen no. Y eso es lo que provoca que sean dos especies diferentes. Es como los dingos y las hienas. Ambos son cánidos, pero no son iguales.

El chollero sinvergüenza es el que, abusando de las amistades, obtiene muchas cosas como el chollero puro. Es aquel que, por ejemplo, tiene un vecino economista y le acaba llevando las cuentas de la empresa gratis. Como sea que el economista tiene, a su vez, un amigo abogado, el chollero sinvergüenza consigue que ambos profesionales le monten una suspensión de pagos encubierta por el 10% del precio de mercado. Y siempre bajo la premisa de “somos amigos, ¿¿no irás a hacerme la faena de cobrarme más que ese 10%??”.

Normalmente se acaba la relación cuando el amigo del chollero pretende dejar las cosas claras y le dice que ya no le hace más favores y que el trabajo se paga, sobre todo cuando el chollero sigue veraneando en su yate. Es entonces cuando para el chollero sinvergüenza, el economista se convierte en un mal amigo al que poner de chupa de dómine. Uno, que ya ha sufrido varios de esos, siempre se queda la duda de si es un chollero sinvergüenza o directamente un amoral que no paga a nadie. Pero en fin, no debemos ser malos y pensemos bien del chollero…

A medio camino entre el chollero puro y el sinvergüenza/amoral nos encontramos con el chollero gorrón. Es el que, por ejemplo, a sabiendas de que se va a ir a otro continente para visitarlo, intensifica la amistad con algún pariente –sea cercano o lejano- o con algún amigo para que lo hospede gratis. Hasta ahí la parte gorrona. Pero además es capaz de encontrar un vuelo rematadamente barato y en buenas condiciones para atravesar medio mundo. Da igual que sea joven o no. Ese espécimen de chollero es ajeno al paso del tiempo: sigue pasando la gorra con total ausencia de vergüenza torera y haciendo gala de un cariño inusitado por su víctima anfitriona.

Es la misma categoría del que te indica cuál es el restaurante de moda (donde por supuesto a él lo conocen mucho) y te dice que un día te llevará porque nunca se encuentra mesa. Efectivamente, como es cierto que nunca se encuentra reserva, a la semana casi te obliga a ir cuando a él le viene bien. Acabas pagando tú solito porque el chollero gorrón se ha convertido en refugiado político en el lavabo del restaurante. Camino de tan prosaico como válido refugio le ha indicado al maître (al que llama por su nombre de pila) que su amigo (ese eres tú, que eres su amigo aunque más parezcas un primo) se ha empeñado en pagarlo todo. Pero en fin, no debemos ser malos y pensemos bien del chollero…

Un puesto más que el chollero gorrón pero uno menos que el chollero puro está al que yo llamo el “ventajillas”. Entronca con el de los puntos del banco Kpaixa. Normalmente trabaja en el propio banco y además de los puntos, obtiene créditos a tipo de interés 0%; coches mucho más baratos; nunca se ha comprado un ordenador ni un coche porque ya tienen los de la empresa; y un largo etcétera de regalías que los demás, humildes mortales, debemos pagar a tocateja o dar más vueltas que las aspas de un ventilador para poder encontrar una rebajilla.

Cuando los prejubilan o los desvinculan (es el término actual cuando te dan la patada), en lugar de quejarse y que el resto de la humanidad pueda pensar un merecido “¡Por fin! ¡Es humano, tiene problemas como todo el mundo!”, resulta que -se lo pueden imaginar- encuentra un amigo que lo enchufa en una empresa donde se saca una pasta. Dinero que, junto con el que ha cobrado del banco Kpaixa, le proporciona unos ingresos mayores que los de antes y trabajando menos.

Uno que ya va cumpliendo años, acaba pensando si no será que tiene algún tipo de padrino o es el suegro directamente, quien lo ha ido ayudando. Pero en fin, no debemos ser malos y pensemos bien del chollero…

El chollero, ¿nace o se hace? Para ser chollero puro yo creo que se debe nacer. Para el amoral también. Para los demás y a falta de cuajo para sobrevivir así, se trata de ir acostumbrando las formas y la jeta. En mi caso, no me sale. Descubro incapacidad para ser (que no actuar) así. Reconozco que es un don. Hay quien tiene esa facilidad e, incluso, hay quien la valora y la llama “don de gentes”.

Mis padres me enseñaron a no pedir favores salvo que la situación fuese muy angustiosa. Reconozco que es una de las cosas que aprendí muy bien. Tan es así, que llevo una vida obrando de esa manera. Los admiro, de lejos, pero los admiro. En otra vida, quisiera nacer con la “sans façon” de ser un chollero.

“Incierta es la amistad en la próspera fortuna.”
San Isidro

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