
El jefe me ha encargado que hable de veneno. Hubiera preferido poder hablar sobre esa “masterpiece” de la rumba taleguera interpretada por el simpar trío “Los Chunguitos” que se denominaba “Dame veneno” y cuyos primeros versos –de sobra conocidos por todo melómano que se precie- dicen así: “Dame veneno que quiero morir, dame veneno/que antes prefiero la muerte/que vivir contigo, dame veneno, ay para morir…”.
Pero quien manda, manda y tras una cortés, pero no menos enérgica indicación acerca de que no le tocase una parte muy concreta de su anatomía masculina, he optado por abandonar la crítica musical y centrarme en aquello que se me pide.
Por consiguiente, hablemos de pócimas mortales. La prestigiosa criminóloga Paz Velasco de la Fuente asegura en su imprescindible “Criminal – mente” que los venenos más usados actualmente son el ricino, la neurotoxina VX, la batracotoxina (proveniente de una rana de la selva colombiana), el bótox y la maitotoxina.
no estoy de acuerdo con la acreditada criminóloga ya que para que un veneno sea eficaz basta con que sea letal
Velasco también afirma que para que un veneno sea eficaz debe cumplir cinco premisas: a) que sea accesible y fácil de obtener; b) que sea incoloro, inodoro e insípido; c) que sus efectos letales se manifiesten lentamente sin levantar sospechas; d) que reproduzca un cuadro clínico similar al de una enfermedad; y e) que no deje rastro en el organismo. Particularmente y en este aspecto, no estoy de acuerdo con la acreditada criminóloga ya que para que un veneno sea eficaz basta con que sea letal.
El resto son requisitos para su rápida adquisición y para que el crimen pase lo más desapercibido posible. Es decir, para convertir el veneno en el instrumento del asesinato. Pero la eficacia en sí, queda demostrada siempre que el gachó palme.
Así, según las circunstancias de cada uno, algunos alimentos en principio inocuos, pueden llegar a convertirse en venenos. El azúcar puede llegar a matar a un diabético. “Señoría, se hartó a pasteles mientras yo dormía”. El azúcar no es incoloro, no es inodoro, no es insípido; sus efectos causan un inmediato coma diabético; y deja rastro evidente en el organismo. Incumple tres de los cinco requisitos. Son los casos de Claus von Bulow dejando lista de papeles con insulina a su millonaria esposa con el simple propósito de trincar un pastizal o el del celador de Olot que suministraba dosis letales de insulina y desincrustante ácido a los ancianos a su cargo. Aunque éste último lo hacía de forma desinteresada.
Volviendo a los venenos como sustancias letales para todo ser vivo, el sistema de dar matarile al prójimo mediante una ponzoña es tan antiguo como la Humanidad. La Biblia contiene muchas citas al veneno. El libro más antiguo de la Biblia, el de Oseas (no es un señor pijo de la época) cita en 10:4 “Hablan {meras} palabras, hacen pactos con juramentos vanos, y el juicio brotará como hierbas venenosas en los surcos del campo.” Anteriormente a la Biblia, los primeros humanos usaron la tubocurarina para inocularlas en las ranuras de sus armas de caza. Y quien caza bichos, pela enemigos. Igualmente en la antigua India, egipcios, griegos, romanos, medievo y así hasta nuestros días.
A lo largo de la historia han habido grandes envenenadora/es. Particularmente me atrae Catalina de Médici. Sin ser especialmente guapa, tenía el atractivo de la “femme fatale”. Siempre supo retener y acrecentar sus principales armas: paciencia, voluntad de hierro, inteligencia y absoluta ausencia de piedad para regir los destinos de una Francia muy convulsa.
Catalina almacenaba los diferentes venenos que fue usando para allanar caminos
Vino a ser la precursora de ese lema no escrito de la Guardia Civil “Paso corto, vista larga, paciencia y mala leche”. Esposa y madre de los últimos reyes de la dinastía Valois, recuperó el castillo de Chenonceau, ocupado por su rival Diana de Poiters. Ésta, a pesar ser 20 años mayor que el rey, fue su amante como lo fuera de su padre Francisco I y preferida del pueblo francés. Está visto que algunas italianas nunca están bien vistas fuera de su casa, ¿por qué será?.
Vale la pena visitarlo porque en la galería que Catalina mandó construir sobre el puente de Diana, como cuando ocupó el castillo de Blois, todavía se pueden observar los compartimentos secretos donde Catalina almacenaba los diferentes venenos que fue usando para allanar caminos.
Dicen que envenenó a su cuñado Francisco, heredero del trono francés en beneficio de su marido. Muerto este Paquito, quien pasó a ser Delfín de Francia fue Enrique esposo de Catalina y posterior Enrique II de Francia. Catalina, además de importar a Francia el tenedor como cubierto y rascador de espalda, también llevó la moda de los perfumes (¡Oh sorpresa, tampoco es invento francés!).
En esa época la técnica de los perfumes y de los venenos era la misma y nuestra Catalina se dedicaba a ambos con inusitados fruición y denuedo. De hecho, fue Catalina quien llevó a Francia la belladona, planta que en pequeñas dosis agranda las pupilas haciéndolas más atractivas (bella dona, mujer guapa), pero en mayores dosis es mortal.
La señora era tremenda ya que, además de liarla parda con los hugonotes, experimentaba sobre los condenados a muerte los efectos de todos los mejunjes susceptibles de causar la muerte y sus posibles antídotos. De hecho, el embajador francés en Lisboa, una tal Jean Nicot fue quien le envió una planta que se supone curaba la jaqueca: era el tabaco traído por los españoles y en Francia se le llamó “hojas de Nicot”. De ahí que su principal alcaloide fuera denominado nicotina (en el fondo, otro veneno).
A la muerte de su marido, Catalina tejió una red de damas de la corte que se convirtieron en amantes de los nobles para obtener información. De ahí el término “cortesana”. Es decir, la idea del Comisario Villarejo tan celebrada por la ministra de justicia Delgado no es nueva.
Se cuenta de Catalina de Médici que envenenó las hojas de un libro destinado a Enrique de Guisa, yerno de Catalina, para evitar que se convirtiera en rey de Francia. Por accidente, el libro acabó en manos del hijo de Catalina, Carlos IX que acabó palmando. Se le fue la mano. Cabreada Catalina, envenenó a su consuegra Juana de Navarra, madre de Enrique. Le envió unos guantes perfumados… Sin embargo, no pudo evitar que la dinastía Valois se extinguiera.
Actualmente se sigue usando el veneno como método de matanza. Pero las actuales técnicas de investigación criminal, convierten en tarea imposible la ausencia de rastro alguno en el organismo. Se puede usar como método silencioso, pero deja rastro.
Son conocidos los ejemplos de Gregori Markov, periodista búlgaro que fue envenenado con ricino mediante la punta de un paraguas, al parecer por orden del gobierno comunista de Bulgaria. O de Viktor Yuschenko, presidente de Ukrania opuesto a Moscú y que fue envenado con tetraclorodibenzodioxina (el agente naranja de la guerra de Vietnam). O el envenenamiento del espía ruso Sergei Skripal y de su hija con un agente nervioso no identificado. Litvinenko envenenado con polonio-210. Todos ellos presuntamente por agentes rusos.
En resumen, observamos que los venenos más de moda son las neurotoxinas y son los empleados por Estados para acallar a sus disidentes en suelo extranjero. ¿Qué Fiscal va a atreverse a acusar a todo un país de ser el autor intelectual de un crimen cuya autoría principal tampoco está muy clara? Entre Catalina de Médici y Putin no hay mucha diferencia, tal vez la “finezza” y el atractivo de la italiana…
«Nada es veneno, todo es veneno: la diferencia está en la dosis».
Paracelso.