
La cuarta sesión del juicio por los atentados del 17-A ha estado marcada, sin ningún tipo de dudas, por los desgarradores testimonios de las víctimas. Todos ellos, con la voz entrecortada, fueron reviviendo ante un magistrado impertérrito la irrupción de la furgoneta en el paseo central de Las Ramblas. Una vendedora de flores que tuvo que abandonar, no solo su kiosco, sino también Barcelona, declaraba ante la sala que tres años después del ataque terrorista no ha conseguido tener una vida medianamente normal.
A su declaración se sucedía la del padre de Xavi Martínez, el niño de 3 años que falleció ese día, que explicaba que su vida se había quedado rota en Las Ramblas. La dureza de las declaraciones que se han ido escuchando a lo largo de la mañana en la Audiencia Nacional han dejado en un segundo plano la presencia de los tres acusados.
Esta sesión coincide, además, con el quinto aniversario de los atentados de París del 13 de noviembre de 2015 en los que fallecieron 137 personas y que se saldaron con más de 400 heridos. El único superviviente del grupo de atacantes, que será juzgado previsiblemente en 2021 en un juicio que se espera que dure más de 6 meses, es el franco-belga Salah Abdeslam.
Pero Salah no estuvo solo esa noche en el escenario de los atentados. Además de otros integrantes de la célula, lo hizo junto a su hermano Brahim, que se inmoló dentro del restaurante Comptoir Voltaire dejando 15 heridos y ningún muerto, a excepción de él mismo. Salah, el menor de los hermanos, se arrepintió en el último momento y no accionó el detonador del chaleco explosivo que llevaba pegado al cuerpo. Cuatro meses después, fue capturado vivo en Molenbeek (Bélgica), su barrio natal y el mismo lugar en el que se planificaron los ataques.
La presencia de parejas de hermanos en ambos atentados nos lleva a plantearnos varias cuestiones. En primer lugar, desde la perspectiva de las organizaciones terroristas, el interés de la presencia de hermanos podría cumplir dos funciones de especial relevancia. Por un lado, es un método efectivo de control entre los propios miembros y ayuda a mantener el compromiso de los participantes. Por otro lado, garantiza una mayor seguridad a nivel organizativo y operacional.
Se ha observado que en el caso de hermanos que deciden cometer un atentado suicida, la relación fraternal disminuye el riesgo de que uno de los dos decida cambiar de opinión en el último momento y minimiza las posibilidades de que uno de ellos recurra a las autoridades. Además, cuando se trata de operaciones en las que los hermanos deben inmolarse, los líderes podrían optar por enviarlos a localizaciones diferentes, como en el caso de los Abdeslam en París, por temor a que uno de ellos intente convencer al otro de que se salve. Cuando se les separa, la idea de traicionar a su hermano y el pensamiento de seguir viviendo sin el otro, aumenta la posibilidad de que ambos se inmolen.
Al igual que la mayoría de chicos de la célula de Ripoll, Salah y su hermano nunca fueron demasiado religiosos. El acusado de pertenencia a grupo terrorista, aunque no de asesinato, Driss Oukabir, declaró ante la sala durante la primera sesión del juicio no ser una persona ni religiosa ni practicante. Por otro lado, se ha podido certificar que los Abdeslam iban a clubes, fumaban marihuana y salían con chicas. Driss ha hecho especial hincapié durante el juicio en el hecho de haber sido un consumidor habitual de cocaína, hachís y alcohol, y haber frecuentado a “señoritas de compañía” según sus palabras textuales.
El hecho de reafirmarse en unas acciones consideradas por el Islam cuanto menos como reprobables nos lleva a pensar que, o bien el acusado confía en que estos hechos convenzan a la sala de que un individuo de su perfil no podría encajar en el de una persona radicalizada o bien podría estar recurriendo a la taqiyya. Este término, utilizado por algunos extremistas, se refiere a un recurso que permite saltarse los preceptos de Corán para ocultar sus verdaderas intenciones. Podríamos definirlo, rescatando una frase de Driss durante su declaración, “en tener una vida de aquí”.
Precisamente el reto reside en analizar por qué jóvenes europeos, oriundos algunos y que crecieron aquí los otros, han sufrido una desconexión social y emocional tan profunda que tienen que recurrir a engaños para mimetizarse con una sociedad de la que deberían sentirse parte.